Nadie sabe por qué un vasco decide ser diabético antes que vasco. Pudiendo ser vasco elegir ser diabético es un derroche de oportunidades. No es fácil saber por qué las personas eligen unos elementos u otros para articular y construir su yo.
Las enfermedades ofrecen una salida fácil a la identidad. Uno se queda ahí tranquilo y comienza a aparecer la retinopatía o la nefropatía con la que presentarse ante el mundo. No hay que apuntarse a nada ni desarrollar habilidades especiales.
En las Castillas donde el territorio, la historia y la cultura no nos ofrecen tantas oportunidades de explicarnos diferencialmente nos basta con una categoría como la patología. Algunas de ellas, por desgracia, son globalizantes, te terminan comiendo entero y afectando a todos tus órdenes, con lo que no tienes que esforzarte más.
Lo habitual es que la expresión de la individualidad se componga de diversos elementos. Debe ser una sobrecarga en estas circunstancias tener que hacer convivir una enfermedad de calado con otro tipo de identidad exigente.
También hay ocasiones en las que las categorías se asocian. Por ejemplo ser tuno te puede llevar al EPOC. Y se sale más fácil del EPOC que de la tuna. O por ejemplo las enfermedades que se asociaban a la clase social: las enfermedades profesionales.
Hay muchos a los que les encantan las categorías cuantitativas y que igual que se explican como persona por el número de euros que tienen en el banco lo hacen con la hemoglobina glicosilada, la tensión arterial, el número de puntos que les dieron en la cirugía o las veces en que fueron sometidos a esta.
Otros comienzan con una simple afición y terminan militando en la enfermedad. Las asociaciones de pacientes son los sindicatos de la enfermedad. Los partidos se llaman Sociedades Científicas. Vehiculan y agregan las demandas hacia el Estado.
Mis preferidos y los que más me enternecen son mis compañeros que decidieron su identidad (profesión) por la enfermedad y fallecimiento de sus familiares. “Me hice oncólogo porque mi madre murió de cáncer”, “le prometí que un día curaría el Alzheimer”. Ofrecieron lo más sagrado de ellos mismos, la construcción de su persona, a otra a la que amaban. Por una parte me parece un poco patológico pero por otra no se me ocurre un gesto mayor de amor.