Estamos ante una nueva era. La medicina, tal y como la conocemos, se desmorona. Se hunde la confianza, ese intangible que sustenta la esencia de nuestra profesión.
La confianza del médico en la ciencia falla. La literatura médica, que los profesionales hemos adorado como si se tratara de una tabla de mandamientos escritos en piedra, se tambalea. Métodos dudosos, no reproducibles, estudios negativos que nunca ven la luz y un enorme conflicto de intereses. Hay ya quien asegura que la mitad de los estudios publicados son falsos y la otra mitad no vale para nada. Y la medicina de la evidencia, que imaginábamos tan sólida, tan potente, tan infalible empieza a demostrar enormes agujeros que dejan entrever grandes flaquezas y oscuros afectos.
Hasta el médico más inocente o más obediente se encuentra de repente dudoso. Al nivel de incertidumbre tolerable del día a día se suma la preocupación de hasta dónde podemos fiarnos de lo que dábamos por bueno. Vivimos una especie de zozobra científica con una vaga sensación de que nos han engañado.
Y qué decir de la confianza del paciente en el médico. No le pasa desapercibida nuestra nueva inseguridad. Lo que el médico dice y comenta es público en las RRSS. El propio paciente está expuesto a la información médica y al sensacionalismo periodístico acompañante; ese colesterol que hoy te mata, mañana te evita el Alzheimer. ¿Cómo entender estos cambios brutales? ¿Cómo aceptar que los sabios duden en una sociedad sedienta de certezas inmediatas?
Mientras, su propio médico ha perdido ese halo de sabiduría y confianza, tiene la mirada esquiva, cara de cansancio y muy pocos minutos para atenderle, y además es uno diferente cada día. La magia curativa del acto médico se ha ido esfumando y Google es una fuente confusa de información en una sociedad medicalizada y altamente hipocondríaca. Cuando uno está enfermo, se siente vulnerable, necesita abandonarse y confiar ciegamente en las armas infalibles del doctor, pero esa medicina «paternalista» ha dado paso a la decisión compartida o al consentimiento informado que tanto asusta. Y mientras tanto, los medios de comunicación ametrallando inseguridades a esos nuevos empoderados.
En medio de este caos de desconfianza, aparecen fórmulas mágicas que desprecian el método científico y vuelven al ya abandonado «a mí me funciona». El sanador recupera el halo de seguridad y ofrece al paciente el tiempo, la aparente seguridad, la magia y la empatía que la medicina científica le viene negando. Y el paciente cae rendido en las redes de las terapias alternativas.
En éstas estamos, azúcar y chacras, la nueva Medicina.