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La retirada del tsunami

Hubo un tiempo, cuando yo era niña, en el que viajar desde la tierra de mi padre, Asturias, a la de mi madre, Zaragoza, era una odisea comparable a la de las caravanas del oeste. Horas interminables de viaje en coche por carreteras trazadas, según los mayores, por un burro que soltaban los ingenieros de caminos. Todo ello, por supuesto, sin aire acondicionado. De esos tiempos me queda el recuerdo de los vasos de leche en Santillana del Mar, cuando aún era un pueblo y no una atracción turística, los adoquines del Pilar y la imagen de mi padre como un héroe. Que lo era.

Cuando siendo moza hubo por fin autovías la cosa se hizo más fácil y tuvimos la sensación de que España era más pequeña. Además, la Tierra iba menguando gracias a los aviones, y hasta el más pelado de cuartos había ido a Disneylandia y a Cancún de viaje de novios, cuando no a un crucero para pasar las vacaciones. Ahora de mayor el mundo se ha comprimido hasta caber en las pantallas de los chismes electrónicos de nuestras casas. A través de ellas podemos ver igualmente los vídeos de nuestra cuñada en la playa y los de los crímenes más atroces comentados por los asesinos. Fotos de los bostezos del gatito de nuestra vecina y selfies de soldados adultescentes sobre los cadáveres de sus enemigos.

Gracias a esas tecnologías aprendimos el poder devastador de los tsunamis. Hasta entonces era un término que sólo atemorizaba a los japoneses, pero a fuerza de ver imágenes impresionantes y desoladoras ha pasado a ser parte del vocabulario habitual. Con ellos se ha comparado la crisis que según algunos no existía antes de las elecciones de 2008. Una crisis que, como los tsunamis que los medios nos enseñaron, arrasó todo con su ola terrible de lo que unos llamaron reformas y otros recortes. Llámesele como se quiera, como aquellos ha dejado mucha tierra herida a su paso, incluyendo los servicios públicos. Para resistir el embate de la ola nos repetían el mantra de que se puede hacer más con menos, como si por repetido fuese a hacerse cierto, y cargaron sobre los lomos de los que seguíamos trabajando todo el peso del país y la desgracia de los que se quedaron sin trabajo. Parece que el sacrificio humano satisfizo a los dioses del mercado, y los tipos de interés bajaron, con lo que España resurge tras la retirada de la ola. Para los que la provocaron, un diluvio universal causado por el pecado de nuestra ineficiencia, ahora redimido por la crisis purificadora. Para los que la hemos sufrido, una debacle de especulación que se retira del terreno agotado en busca de nuevos terrenos de caza, léase Brasil y otros que emergieron durante nuestra crisis para sufrirla ellos ahora.

La pregunta que hay que hacerse, y por lo que afecta a la sanidad aquí la traigo, es qué va a pasar cuando toque reconstruir el terreno devastado. Me intriga saber qué va a pasar ahora, que nos dicen que el tsunami se retira. Recortadas las plantillas y los sueldos, destrozada la carrera profesional, alargadas las jornadas y reducidas las suplencias, amén de otras reformas, habrá que ver si la bonanza se aprovecha para restaurar la sanidad que se disfrutaba, una de las mejores del mundo, o si se allana el solar para elevar nuevos edificios, como hizo Nerón en Roma.

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Ana de Santiago Nocito

Médico de Familia

EAP Cogolludo

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