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Pies de foto

No hay una presencia tan desasosegante como la de las fotos en las casas de los ancianos.

En las instantáneas normalmente se resaltan las bondades contemporáneas del fotografiado. Nadie sale mal en las fotos que se exhiben en las casas, o nadie exhibe en las casas las fotos en las que salen mal los fotografiados. Es una especie de marketing de la vida real. Vistas con el paso del tiempo, paradójicamente, esa intención se vuelve en contra del que un día quiso maquillar la realidad, pues el rodillo del tiempo todo se lo pule. Uno se pone a preparar un infusor a un anciano encamado y moribundo en presencia de una foto de cuando era un robusto joven como lo soy yo ahora y no puede dejar de sentir la fragilidad de la vida. El Midazolam debiera terminar con la vida del viejo, pero en realidad lo hace con la del joven que fui.

Cuando uno entra en un domicilio para realizar una visita médica cientos de ojos se ciernen sobre él desde el interior de los marcos. Años de ancestros están pendientes de cada latido, de cada soplo, de cada síntoma. Paradójicamente también, la situación desvalida del enfermo significa una presencia incómoda para los retratados que aún viven, porque su ausencia en la cabecera es evaluada y penada en esas circunstancias.

En efecto, cuando aparece ese olor putrefacto, cuando el médico nota esa vergonzante sensación de insalubridad en la casa y en el cuidado del paciente (uno al final no tiene otro objetivo en la vida que evitar que el médico de familia de los padres propios sienta lo mismo cuando les va a visitar), los ausentes se hacen presentes mediante las fotografías.
Madrid, por ejemplo, debe estar repleta de licenciados universitarios nietos de los ancianos castellanoleoneses. Las casas de éstos últimos están llenas de fotografías de esos nietos de orla que nunca están. Cuanto mayor es el éxito profesional del descendiente fotografiado (que suele ser directamente proporcional a la distancia a la que se encuentra de casa) mayor es el fracaso por dejadez en el cuidado de su progenitor. En esa variante de la Ley de cuidados inversos se ve desenvuelta nuestra sociedad actual.

Una vez me llamaron para ir al domicilio de una paciente anciana que vivía sola y que al parecer había fallecido de repente. Al llegar estaba la policía que había tenido que forzar la cerradura. La paciente yacía en la cama, rígida, vestida, fría (nunca una sensación táctil me había impresionado tanto profesionalmente como aquel frío de la muerte), sucia y viviendo en unas condiciones indignas. Recuerdo ver una foto perfectamente enmarcada de una mujer muy guapa y elegante a la cabecera, y la hipótesis de que pudiera ser su hija me desasosegaba y me rompía por dentro. Desplacé a los polis a otras dependencias de la casa con la excusa de que me buscaran la tarjeta sanitaria y me puse los guantes, que nunca los uso porque pienso que un médico que sufre de verdad junto a sus pacientes no puede tocarles la barriga con esa barrera profiláctica. Creo que tocando con guantes el cuerpo es mucho más difícil llegar hasta el alma.

Aquel día me los puse no para explorar el cuerpo fallecido, sino para sacar la foto del marco sin dejar huellas. Guardé aquella foto a escondidas sin saber por qué ni para qué. Quizá para no olvidar a aquella mujer y reconocerla un día por la calle, hablarle y llegar a comprender la verdadera naturaleza de mi desasosiego. No sabía bien qué hacer con ella y la terminé poniendo en mi mesilla de noche, como una madre ficticia o una novia eventual, quién sabe. En ocasiones imaginaba qué pasaría si yo muriera una noche de repente y encontraran esa foto en mi cabecera. Quién pensaría mi médico de familia que era esa mujer. A lo mejor a la paciente fallecida le había sucedido lo mismo.

Todos los días, al llegar de la guardia rendido a la cama, en ese precioso momento de aliviarse antes de dormir, volteo la foto de esa enigmática mujer para protegerme de su mirada y después, ya entre las sábanas, la devuelvo a su posición natural. No puedo dejar de sentir debajo del edredón el contraste entre el calor de la vida y el frío de la muerte y de los cristales de los marcos de las fotos.

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