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Las líneas rojas de tus ojos

La crisis económica ha traído a la sanidad un lenguaje arropado de nuevos conceptos: copago, efecto disuasorio, síntomas menores, corresponsabilidad, recortes, etc. A la tragedia de comprobar cómo nuestra sanidad va a menos, se le une la existencia de unos políticos que muestran una preparación limitada y una escasa imaginación. 

Ese es el mayor de los déficits que nos afecta: el de conocimiento, el de liderazgo y el de imaginación de las clases dirigentes. Muestra de ello es el efecto pernicioso que a medio plazo pueden producir los copagos disuasorios, sobre todo cuando dificultan económicamente el acceso de las poblaciones más vulnerables a fármacos para el manejo de sus enfermedades, o el daño que están haciendo y que van a hacer los recortes a la salud de los españoles.

Recortar presupuestos con el propósito de aumentar la eficiencia tiene poco efecto en la mejora o el mantenimiento de la calidad asistencial, salvo que los mismos ataquen las bolsas de ineficiencia. De hecho, esta situación genera serias dificultades en los centros de salud y hospitales para poder atender de forma efectiva y equitativa a los pacientes. También produce un efecto disuasorio en los hospitales para asumir el diagnóstico y tratamiento de pacientes complejos, ya que el actual modelo de gestión valora más el éxito en la reducción del coste asistencial que en la resolución del caso clínico. Los objetivos de la sanidad ya no son de salud.

Como se están aplicando en la actualidad, las estrategias de recortes y copagos sólo parecen ejercer un efecto disuasorio en la promoción de la salud, convirtiéndose en acciones de mantenimiento de la enfermedad. Nada resulta más descorazonador de comprobar cómo se impone un modelo de gestión que sólo mira lo que cuestan las cosas en el corto plazo e ignora cuáles son los resultados clínicos que se van conseguir. Ello puede derivar en una situación en que lo altamente recomendable sea no tratar a los enfermos, aunque para ello haya que traspasar las fronteras de lo éticamente aceptable, como en aquellos casos en que se imponen objetivos de productividad a los profesionales basados en la reducción de costes con una total indiferencia sobre los resultados clínicos obtenidos. Este nuevo modelo de gestión que sólo contempla los costes de la asistencia e ignora los resultados clínicos es poco profesional y debería ser objeto de una reflexión conjunta por parte de todos los agentes sanitarios. A ello se asocia el maltrato que sufren en alguna CC.AA. los profesionales de la salud, a los que se agradecen los servicios prestados mediante una fría carta de despido que refleja el matrimonio intelectual entre la forma más chusca de neoliberalismo y el estalinismo profesional.

La asfixia intelectual que vive la política sanitaria española se puede aliviar observando el nuevo discurso que se está generando en los Estados Unidos como resultado de la reforma Obama. La idea de que la política sanitaria debe buscar formas organizativas que generen un mayor valor, basado en la mejora de la calidad y la reducción de costes, resulta atractiva en los tiempos presentes. Este concepto de mejor salud, menor coste y mayor sensibilidad a la experiencia de enfermar de los pacientes está revolucionando los modelos de aseguramiento, los sistemas de pago y las formas de provisión asistencial. Los cambios introducidos en los sistemas de pago obligan a los proveedores a hablar de costes ajustados por calidad, lo que implica introducir una métrica en la que fenómenos como la cronicidad se contemplan de forma transversal y no como una suma de enfermedades, y en el que la interpretación de los costes solo tiene sentido si se alinea con los resultados clínicos obtenidos. 

Dos de esos nuevos conceptos maniqueos que aparecen en esta crisis son los de hoja de ruta y líneas rojas. Sobre el primero hay que decir que es una pura cursilería, sobre todo cuando la ruta te la marcan desde Berlín y se ejecuta desde oficinas dónde se ignora deliberadamente el sufrimiento de los pacientes. Con respecto a las líneas rojas, no sólo no existen en los mapas de la sanidad, sino que se han convertido en un factor de distorsión visual en los ojos de los que mandan. Con su enfermedad verán la luz. Por el bien de los pacientes, ojalá su reconversión no nos llegue demasiado tarde. 
 

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Albert Jovell

Presidente del Foro Español de Pacientes  †2013

 

 

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