Algo de razón tenía, porque mientras contaba estas cosas, casi toda la clase las copiaba en sus cuadernos. Sólo alguno, sorprendido, levantaba la cabeza, intentando comprender qué tenía que ver aquello con la farmacología. No sucedió así el día en el que don Octavio Salmerón, catedrático de Patología General, dijo que la sanidad funcionaría el día en el que los médicos de familia cobrasen más que los demás especialistas. Eso no lo copió nadie, y todos, yo incluida, levantamos sorprendidos la cabeza. Se sorprendió también el catedrático de haber logrado tanta atención, y nos explicó que todo el control del sistema sanitario se centraba en los médicos de atención primaria, de modo que sólo potenciándolos podría funcionar de forma ordenada y razonable. Recuerdo que salimos de clase considerando que aquello era una majadería, porque casi toda la facultad, con alguna excepción notable, había hecho medicina bien para ganar dinero, bien para salvar vidas haciendo cosas raras.
Cada vez que llega la época de elegir las plazas en el MIR me acuerdo de mi difunto profesor. Él habló entonces de los salarios, pero yo estoy segura de que quería decir muchas más cosas. Y a la vista de las preferencias de los egresados de nuestras facultades comprendo que son muy pocos los que piensan como él. También pienso que entre todos estamos haciendo muy mal las cosas, y creo que las propias preferencias de los futuros residentes se empeñan en darnos la razón. Muy pocos, casi ninguno, quiere ser médico de familia. O, dicho de otro modo, buena parte de los que son médicos de familia lo son porque no pudieron ser otra cosa. Mal que nos pese a casi todos, y a mi la primera.
Si tuviera que repartir culpas las distribuiría en cuatro porciones. La primera la echaría sobre nuestra sociedad, que es más dada a lo excepcional que a la rutina. Valoramos más las rarezas, y por eso se considera más importante operar un glioblastoma desahuciado que vacunar a una población. La segunda la tienen las facultades de medicina, en las que, con escasas excepciones, la Medicina con mayúsculas hizo mutis por el foro y se desgranó en infinidad de parcelas de conocimiento y poder. La medicina desintegrada (con minúsculas) que sirve para aprobar con buena nota los exámenes de test, pero no para tratar con personas enfermas más allá del órgano que cada cual domina. La tercera porción de culpa se la echo a la administración, como parte del deporte nacional de cargarle las culpas al que gobierna. No creo que sea preciso que un médico de familia cobre más que uno de hospital para dar valor a la especialidad. Bastaría que se retirasen las medidas que convirtieron la nuestra en una especialidad indeseable. Pon a cualquier ciudadano ante un puesto de trabajo en el que su horario más probable sea de tarde, y sólo en estos tiempos de paro desmedido lo verá como una opción interesante. Haz que un titulado superior elija entre dedicar más tiempo a trámites que a usar sus conocimientos, y preferirá cualquier otra opción laboral. Y la cuarta porción del pastel de la culpa nos la sirvo a los propios médicos de familia. Digo, porque algo estaremos haciendo mal cuando nuestros colegas y la sociedad nos perciben como algo menor en el oficio, cuando no llegamos a los estudiantes y en las facultades no nos logramos hacer un hueco.
A pesar de todo esto soy optimista. Tengo un amigo que cuenta que entró al seminario para matar el hambre y encontró la vocación, y puedo asegurar que Atanasio es un gran cura. Conozco muchos médicos que se quedaron con una plaza de médico de familia porque no tenían otra cosa que elegir, y que al conocer el oficio se enamoraron de él. De hecho, a pesar de lo que nos cuentan las estadísticas del MIR, hay una enormidad de médicos de familia vocacionales, que son responsables en buena parte de que este oficio de médico sea el que más valora la población. Lo que más me preocupa de todo esto es cómo conseguir que se enteren los estudiantes. El profesor Salmerón lo hizo y casi nadie le hizo caso.
Ana de Santiago Nocito
Médico de Familia.
Centro de Salud Cogolludo. Guadalajara