“Cualquier persona puede sufrir un ictus, desde bebés hasta ancianos. Se estima que, en todo el mundo, un 25% de la población está en riesgo de sufrir uno a lo largo de su vida. En todo caso, se trata de una enfermedad en la que la edad es uno de los principales factores de riesgo y, debido al progresivo envejecimiento de la población española, se estima que en los próximos 20 años aumente cerca de un 40% el número de casos. Actualmente, en España cada año mueren en torno a 27.000 personas por esta enfermedad”, señala Mar Castellanos, coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología. “No obstante, la edad no es el único factor de riesgo. Más del 80% de los ictus se podrían evitar con medidas como dejar de fumar, limitar el consumo del alcohol, realizar ejercicio de forma regular, seguir una dieta mediterránea, evitar el sobrepeso y el estrés crónico y controlando adecuadamente la tensión arterial, el azúcar y el colesterol”. Según datos de la SEN, el 27% de los ictus atendidos en los hospitales españoles corresponden a personas de menos de 65 años y el 8% a pacientes con menos de 50.
Se estima que en España, dos de cada tres personas que sobreviven a un ictus presentan algún tipo de secuela, en muchos casos discapacitantes. Además de la pérdida de fuerza, son muy comunes otras como la depresión (en el 64% de los casos) y los problemas de memoria (incluida la demencia, ya que el ictus es la segunda causa más frecuente de demencia tras la enfermedad de Alzheimer), la afasia (problemas en el habla, la comprensión, la lectura y la escritura que afecta a un tercio de los supervivientes de un ictus) y la espasticidad (rigidez y tirantez de los músculos que interfiere seriamente en la capacidad para realizar actividades diarias). Más un 62% de los supervivientes a un ictus en España tienen problemas de movilidad y casi un 60% tienen problemas para realizar sus actividades cotidianas. En todo el mundo, alrededor de 80 millones de personas sufren algún tipo de discapacidad por haber padecido un ictus. Además, los pacientes que han sobrevivido a esta enfermedad realizan visitas a urgencias o requieren hospitalización con más frecuencia que personas con otras enfermedades crónicas, con cáncer o con secuelas de accidentes.
“Estamos pues ante una enfermedad con unos índices altísimos en mortalidad y discapacidad. Pero el mensaje positivo es que además de que se puede prevenir, como ya hemos dicho anteriormente, hay formas de reducir significativamente su impacto. Reconocer los síntomas de un ictus, acudir cuanto antes a Urgencias, las terapias reperfusoras y el manejo de los pacientes en Unidades de Ictus, son aspectos que pueden mejorar sustancialmente el pronóstico”, destaca Mar Castellanos.
“Es indispensable que la población sepa reconocer cuáles son los síntomas de un ictus y que sepa que ante los primeros síntomas debe llamarse inmediatamente a los servicios de emergencias sanitarias. Algo que aún estamos lejos de conseguir”, comenta Mar Castellanos. “El hecho de que a esta enfermedad se la conozca por tantos nombres (accidente cerebrovascular, infarto cerebral, derrame cerebral, apoplejía,…) no ha ayudado en esta labor. Por esa razón, se está intentando que cada vez sea más común la utilización de un único término, en este caso ‘ictus’, para designar la interrupción de la circulación sanguínea al cerebro, bien por un trombo o bien por un derrame.