En su ponencia “The Biology of Memory and Age Related Memory Loss”, Eric R. Kandel ha hablado sobre cómo se identificaron los diferentes sistemas de memoria en el cerebro humano y cómo se demostró que estaban involucrados en dos formas principales de almacenamiento de memoria neural: la memoria simple para habilidades perceptivas y motoras y la memoria compleja para hechos y eventos. Además, Kandel ha ayudado a entender cómo la memoria a largo plazo se refleja en el crecimiento de nuevas conexiones sinápticas. Ha aprovechado para ilustrar también cómo nuestras percepciones sobre el almacenamiento de memoria nos permiten entender las dos formas principales de pérdida de memoria relacionada con la edad.
En este contexto, ha recordado la “increíble plasticidad” que tiene el cerebro y lo importante que es el trabajo para mantenerlo, puesto que “si no se utiliza se pierde”.
Respecto a las recomendaciones para prevenir y tratar la pérdida de memoria ha destacado:
1. Andar, como clave para incrementar la liberación de osteocalcina, que actúa sobre el cerebro de manera directa. “Andar no es solo una forma de llegar a un lugar, sino de mejorar la memoria”. Por ello, es sumamente importante tanto entre los jóvenes, como los más mayores. Ejercitándonos podemos aumentar la liberación de osteocalcina y atenuar el déficit de memoria. Un cuerpo en movimiento, ayuda a mantener una mente activa y también en movimiento.
2. Mantener una dieta baja en grasa animal.
3. Controlar la tensión y la diabetes.
4. Asumir nuevos retos y tareas que aprender, independientemente de la edad.
5. Tener actividad social.
Por su parte, Juan Carlos Izpisúa Belmonte ha pronunciado la ponencia “Genética y epigenética del envejecimiento y del rejuvenecimiento”. El bioquímico español ha insistido en que si logramos retrasar el envejecimiento podremos dejar de tratar enfermedad por enfermedad. Ha explicado que conocemos muy poco sobre el comportamiento de los genes implicados en el envejecimiento, sin embargo sabemos más sobre el epigenoma, todas aquellas marcas químicas que se van añadiendo a nuestro ADN a medida que vamos creciendo. Y conocemos que el epigenoma interactúa con el medio ambiente. El genoma de hace cien años, el de nuestros abuelos, es idéntico, pero no el epigenoma. Por lo tanto, entender cómo cambia mientras envejecemos podría significar el tratamiento de muchas enfermedades.
También ha señalado que a pesar de que los modelos animales nos han llevado a avances, “necesitamos añadir modelos de experimentación más cercanos al ser humano”. En este sentido, ha avanzado que, como los experimentos con monos permiten una “traslación más directa al ser humano”, es en ellos donde se ha empezado a estudiar el envejecimiento. Concretamente, ha apuntado que, al aparecer muchas enfermedades en la franja de los 45 a los 55 años, probablemente por el cambio hormonal en este periodo, se trata de investigar los cambios del ovario pre-menopáusico al post-menopáusico que presentan dichos primates y su incidencia en el envejecimiento. Y es que, según ha trasladado, la disminución del mecanismo oxidativo que nos ayuda a combatir enfermedades puede estar directamente relacionado con la pérdida de función del ovario. De aquí se podría concluir que aumentar la vida del ovario podría retrasar la aparición de ciertas enfermedades.
Durante la jornada, se han abordado otros temas como el síndrome de Tourette, con su amplio espectro sintomático e interesantes aspectos fisiopatológicos; los síntomas psiquiátricos en el paciente epiléptico; y la creación de la consciencia, entre otros.