“Hay que tener en cuenta que generalmente se asocia a la enfermedad de Parkinson a síntomas motores: principalmente temblor, rigidez, bradicinesia, trastornos de la marcha y del equilibrio... Sin embargo, actualmente se sabe que un 30-40% de los pacientes no presentan temblor y que en muchas ocasiones, antes del comienzo de los síntomas motores, se presentan otros muchos síntomas como trastornos cognitivos, del estado de ánimo, gastrointestinales, autonómicos, del sueño, etc. Identificar correctamente los síntomas de esta enfermedad es el primer paso para poder mejorar los tiempos de diagnóstico”, explica Pablo Mir, coordinador del Grupo de Estudio de Trastornos del Movimiento de la Sociedad Española de Neurología.
Y es que, en un 40% de los casos, la primera manifestación del Parkinson es la depresión, aunque también puede manifestarse en problemas de memoria, estreñimiento, pérdida de olfato, alteraciones urinarias, disfunción sexual, y, de forma muy habitual, trastornos del sueño.
Por otra parte, el Parkinson tampoco es una enfermedad exclusiva de personas mayores. Si bien en España el 70% de los pacientes diagnosticados con Parkinson superan los 65 años, el 15% de los casos se dan en menores de 50 años e incluso se pueden encontrar pacientes en los que la enfermedad se inicia en la infancia o en la adolescencia.
“El envejecimiento constituye el factor no modificable más importante para padecer Parkinson, porque es una enfermedad relacionada claramente con el incremento de la edad: mientras que 2% de los mayores de 60 años padecen Parkinson, en mayores de 80 años la enfermedad alcanza al 4%”, comenta Pablo Mir. “Pero aunque aún no están claros todos los factores que llevan a un paciente a desarrollar la enfermedad existen también otros factores de riesgo”.
Es el caso de la genética, aunque las formas familiares sólo representan alrededor del 5% de los casos de Parkinson, porque ya han sido descritas 22 mutaciones que pueden explicar hasta un 30% de las formas familiares y un 5% de las formas esporádicas; el sexo, ya que las mujeres suelen presentar una tipología de la enfermedad más benigna, con una tasa de empeoramiento motor más lenta; o la exposición a ciertos factores externos, que algunos estudios ha apuntado a ciertos tóxicos y/o a traumatismos craneoencefálicos.
Aunque el diagnóstico de la enfermedad sigue siendo fundamentalmente clínico, hay pruebas complementarias que pueden realizarse ocasionalmente con objeto de resolver casos dudosos. Además, cada vez está adquiriendo mayor peso la investigación de biomarcadores que facilitarían el diagnóstico en fases precoces de la enfermedad. No obstante, es necesario identificar también biomarcadores con valor pronóstico, es decir, que permitan conocer con un alto grado de certeza como va a ser la evolución de un paciente diagnosticado de Parkinson así como su posible respuesta a las diferentes terapias, dado que la evolución es muy variable de unos pacientes a otros.
“El diagnóstico correcto y temprano de la enfermedad es un requisito fundamental para mejorar la calidad de vida del paciente porque afortunadamente contamos con tratamientos farmacológicos y no farmacológicos que ha resultado de gran utilidad. Sobre todo en etapas tempranas de la enfermedad, tanto para los síntomas motores como los no motores”, destaca Pablo Mir. “Hay que tener en cuenta, además, que tanto los síntomas motores como los no motores pueden ser igual de incapacitantes y, por lo tanto afectarán gravemente a la calidad de vida del paciente y de sus cuidadores. Y también que cada paciente desarrollará la enfermedad de una forma distinta, por lo que el tratamiento debe ser individualizado y multidisciplinar”.