Según Carrion todavía es demasiado pronto para poder separar el «grano de la paja» y determinar qué aplicaciones son fiables para conseguir un hábito u objetivo concreto. A la espera de las recomendaciones de la Comisión Europea, sin embargo, hay comunidades autónomas que han decidido ponerse manos a la obra y establecer sus propios requisitos de calidad y seguridad.
La pionera fue Andalucía, que impulsó, mediante su Agencia de Calidad Sanitaria, el primer sello español de app saludable. El distintivo evalúa criterios de calidad, diseño, seguridad de la información, prestación de servicios y confidencialidad de aplicaciones de iniciativa tanto pública como privada y de forma gratuita. En Cataluña también se está trabajando en este ámbito. Por un lado, el Departamento de Salud, mediante la Fundación TIC, está pilotando un sistema de certificación de apps. Y, por el otro, la Agencia de Calidad y Evaluación Sanitarias (AQuAS), el Mobile World Capital, la UOC y un grupo de organizaciones internacionales, entre ellas la Universidad de Tromsø (Noruega), están diseñando un marco global de evaluación de la salud móvil que está previsto que se publique esta primavera.
Aparte de la labor que están haciendo las comunidades autónomas, cada año se publican listas de las aplicaciones mejor valoradas. Una de las más conocidas es la iSYS score, que está elaborada a partir de las opiniones de los usuarios, desarrolladores y profesionales de la salud.
Poca fidelización
La investigadora deja claro que la utilización de estas apps no tiene los «efectos indeseados» que pueden causar algunos fármacos. Ahora bien, sí hay «amenazas» que hay que tener en cuenta. La primera es su falta de fidelización. Hay pocas que hayan conseguido una estabilidad a largo plazo. «Algunos estudios indican que un 70% de los enfermos crónicos que utilizan una aplicación para su propio cuidado o monitorización dejan de usarla seis meses después de habérsela descargado», apunta la profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud. Un estudio realizado por investigadores norteamericanos concluye que el 80% de estas apps se abandonan en solo dos semanas.
Otro inconveniente es que están pensadas para que sean útiles para todos. «Cada persona, sin embargo, es un mundo; sería recomendable una personalización a partir de diferentes perfiles», aconseja Carrion.
Además del polémico tema de la propiedad y protección de los datos, la tercera gran amenaza es la desacreditación que puede sufrir este producto por parte del usuario si el primero que prueba no le funciona. «Es lo que se conoce como oportunidad perdida. Una persona que ha intentado dejar de fumar mediante una aplicación y no lo ha conseguido será muy reacia a probar una segunda que esté mejor diseñada y validada, aunque se lo recomiende algún profesional de la salud», matiza.
El otro gran reto que hay que afrontar es la obsolescencia que sufren estas apps. «Todos los estudios apuntan a que es precisamente por su falta de adherencia», reconoce la investigadora. La experta insiste en que es todo un reto para la salud, y más si se tiene en cuenta que la duración de un ensayo clínico suele ser de varios años. «Esto, en el mundo de las aplicaciones, es imposible. Hay que encontrar, pues, una solución que resuelva su diseño y su validación con un tiempo suficiente para que puedan utilizarse sin que queden obsoletas», recomienda.