Se levantaron muchas voces a favor y otras muchas en contra. Al cabo de pocos años, la medida se amplió de modo que se prohibía fumar en el interior de todos los restaurantes, bares o discotecas, independientemente de su tamaño. Ahora podemos comer o tomar algo en cualquier local sabiendo que nadie fuma ni va a llenar de humo de tabaco su interior, algo que se nos antojaba absolutamente impensable hace poco menos de una década.
El efecto que este tipo de medidas ejerza sobre la salud de la población puede tardar tiempo en ser totalmente palpable, pero desde el principio ya se manejan indicadores que sugieren la bondad de la medida: las ventas de cigarrillos se han ido reduciendo, la proporción de fumadores que han dejado el hábito o lo intenta se incrementa, así como el número de personas que consultan al médico para que le aconseje cómo abandonar el consumo. Con el paso de los años es probable que los estudios epidemiológicos confirmen que van cayendo las tasas de enfermedad cardiovascular, EPOC o cáncer de pulmón, disminuciones en las que la reducción del tabaquismo habrá tenido un papel notable, o incluso trascendental en el caso de las dos últimas enfermedades citadas.
Todo esto es una demostración de que algunas costumbres, por muy arraigadas que estén en la población y por mucha presión que haya por parte de las industrias productoras, pueden cambiarse mediante políticas de salud pública.
El ejemplo del tabaco es el que proponen seguir los expertos que lidian día a día con los problemas que genera el consumo de alcohol. También es otra costumbre muy arraigada tradicionalmente en nuestras sociedades. Todo el mundo sabe que hay casos en que genera dependencia, que beber en exceso a lo largo de la vida se asocia a la cirrosis hepática y que conducir ebrio multiplica las probabilidades de tener un accidente. Pero se desconocen otros riesgos. Muchos ciudadanos no asocian la bebida al cáncer, a pesar de que el 19% de todas las muertes relacionadas con el alcohol están causadas por tumores. De hecho, mucha gente desconoce que 138.000 europeos mueren al año a causa de la bebida.
En el reportaje que abre este número de 7DM tratamos este tema con motivo de la presentación en el Parlamento Europeo de los resultados de un proyecto de investigación que ha durado cuatro años y del que se extraen conclusiones interesantes.
Entre ellas, destaca el hecho de que los gobiernos no están haciendo lo suficiente. Los 71 científicos del proyecto AMPHORA proponen a los políticos tomar cartas en el asunto y aconsejan medidas que van desde aumentar los precios de las bebidas alcohólicas hasta prohibir la publicidad, incluir advertencias en los envases sobre los riesgos derivados del consumo, restringir el acceso a la adquisición de bebidas y facilitar el acceso a tratamiento a las personas que tengan dependencia u otros problemas de salud.
Algunas medidas parecidas se adoptaron hace años en relación con el tabaco, por lo que nadie debería rasgarse las vestiduras si en un futuro próximo se implantan en relación con el alcohol. Hacer frente al daño que causa este producto en el mundo pasa por un cambio de mentalidad en la población y exige, en especial, valentía política.